un sueño...

Soñé que soñaba, y entre la niebla del sueño, sentía que algo se revolvía como animal rabioso dentro de unas entrañas algo lejanas. Despertaba en mi estomago y recorría el cuerpo buscando no dejar centímetro donde no quemara su presencia Soñé que despertaba, y las miradas asustadas me decían que la pesadilla no se había terminado. Y me vi en mi propio reflejo, y mis ojos dejaron de ser mis ojos para convertirse en un mar negro que agitaba el despertar de una fiera. Mi cara, mis manos, mi cuerpo, todo, estaba tatuado como si un árbol con ramas secas e hirientes se hubiera instalado debajo de mi piel, negro, sin el mas mínimo atisbo de vida y esperanza, sin ningún color, salvo la sangre roja que corría por mis venas debajo de toda esas ramas que me abrazaban. Seguí mirando mi reflejo como a una desconocida, sintiendo e intentando identificar que es lo que en mi se agitaba con tanta fuerza, pensando en cuando deje de ser yo para convertirme en un árbol, seco, inerte que yergue sus ramas hacia el cielo clamando ayuda. Descubrí que en mi mano apretaba con fuerza una bolsa de tela, intuía que ahí estaba la solución, mi vida, mi esperaza, la respuesta. La abrí, y el desconcierto dio lugar a las lagrimas, multitud de piezas de un puzzle que no conocía se presentaba ante mi, piezas sin sentidos, ilegibles, pero algo en mi me decían que encajaban, que debía buscar el sitio, el lugar y la situación idónea para ello. Cerré los ojos respirando todo lo que los pulmones todavía me dejaban, apreté los puños y un escalofrió recorrió mi cuerpo, sabia que podía, encontraría el camino. Los abrí, y vi mis rostro casi impasible reflejado ante el mismo espejo, las lagrimas distorsionaban los rasgos de mi cara, pero allí estaban, mis ojos, igual de negros, posiblemente igual de inertes, pero allí estaba yo, debajo de todo eso, seguía estando yo.